Regresaba de almorzar con algunos de mis compañeros de trabajo, caminábamos tranquilamente sobre la sexta décima calle poniente. Frente a nosotros un grupo de estudiantes de enfermería (No recuerdo el nombre de la institución) Estaban en la parada de la ruta cuatro, eran quizá cinco o seis jóvenes que conversaban y miraban sus celulares; yo recibí una llamada alertándome sobre un problema con los servidores OAS, lo incongruente de aquella llamada es que provenía de mi trabajo anterior, pero no le di importancia al observar que de repente aparece un sujeto a toda prisa, se abalanza entre el grupo de jóvenes y observo como saca la cartea de los bolsillos de uno de los jóvenes y corre a toda prisa.
Todos se quedaron sorprendidos, entre tanto que gritaron --¡Ey!, me quede absorto, no lo podía creer con que desfachatez aquella persona, quizá de unos veintiún años, lucía un atuendo desgastado y grasoso, daba la impresión que era ayudante de mecánico, había robado sin mayor esfuerzo aquella cartera y sin que nadie hiciera nada.
Indignado me acerque de inmediato a aquellos jóvenes y les increpé --¿No van hacer nada? – Ustedes son cinco, allá adelante van otros dos y ese tipo se va tranquilamente como si nada ha pasado. Bastaron un par de segundos y como si nos leyéramos el pensamiento, cada quien busco piedras en el camino mientras le perseguíamos.
El dueño de la cartera logro darle alcance y mientras forcejeaba con él, el resto nos acercamos gritándole que devolviera aquella cartera, pero él se resistía. Entre forcejeos e insultos lograba escabullirse y correr otro tramo. Yo le amenazaba con una piedra y le pedía que devolviera la cartera, los demás jóvenes le tiraban cualquier cantidad de objetos sin lograr asestarle; él se encogía de brazos, se agachaba, saltaba hacia malabares viéndose acorralado pero siempre buscando escapar.
Otra vez forcejeó con el dueño de la cartera, pero el ladron tenía más fuerza y dejándole tirado en el suelo emprendió nuevamente la fuga. Uno de aquellos jóvenes había encontrado entre un promontorio de ripio un bloque con cemento y venia a su encuentro, cargando aquel material pesado con ambas manos, se lo lanzo al ladrón asestándole el golpe en la rodilla izquierda – ¡Ay! Grito, mientras se devanaba en el suelo, me le acerque, todavía con mi piedra en la mano y le pedí nuevamente que devolviera la cartera, pero aun en semejante condición se negaba, casi lloraba, se lamentaba y despotricaba con insultos a quienes le exigíamos devolver lo robado; llenos de indignación, aquellos jóvenes, le tiraban piedras, palos lo que encontraran al rededor, pero no lograban lastimarlo. Le daban patadas y solamente pujaba, me erguí y le dije. – Hoy no fue tu día, devolvé la cartera si no te va ir peor, se negaba e insultaba.
Le pregunte – ¿Te has preguntado cuando dinero puede andar en su cartera uno de estos estudiantes, cuanto crees que has robado? En vano era aquel interrogatorio, no contestaba y trataba de incorporarse, pero su rodilla era un amasijo de sangre, carne y tendones.
Para entonces, aquellos jóvenes se habían convertido en una jauría, pude ver como uno de ellos fue por otro bloque de cemento y venia hacia él; adivinando lo que iba a pasar, y no queriendo ver lo que sucedería, me incorpore y corrí a guarecerme tras un poste del tendido eléctrico. Aquel muchacho dejo caer el bloque de cemento sobre su cabeza.
El golpe fue certero y ensordecedor, pedazos de concreto chisporrotearon en el pavimento y el asfalto, todo había terminado, alguien moría por una cartera que quizá no tenía ni dinero, parecía que el tiempo se había detenido, era momento de correr, de huir de aquel lugar; intente hacerlo pero no pude, fue extraño, no podía correr, era como si la gravedad me jugara una mala pasada, me asuste tanto que eso hizo que lograra despertar, eran las cinco de la mañana, hora de levantarse para ir atrabajar. ¡Uff! Qué alivio, todo fue un sueño.