Autor Tema: Otakus de corazón (Nota de la PG)  (Leído 1992 veces)

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Otakus de corazón (Nota de la PG)
« : agosto 03, 2010, 04:22:51 pm »
El ciberespacio ha sido el gran vehículo para que Japón exporte uno de sus más célebres productos audiovisuales al resto del mundo: el ánime. Ya son millones los que siguen el ánime a fuerza de descargas en la computadora. El Salvador no escapa a esta explosión. Mientras miles de cualquier edad posible se confiesan “otakus de corazón”, surge la pregunta: ¿tan débil es la salvadoreñidad que sin problema permite la expansión sin límites de algo tan oriental como el ánime?



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Están, por ejemplo, los que bautizan a sus hijos con un nombre de serie japonesa. Los que se cambian el nombre. Los que asumen otra identidad cuando se conectan a internet. Los que hablan de ánime o callan para siempre. Están los que ahorrarían meses y años para pagarse un pasaje de avión a Japón para conocer Tokio y estrecharle la mano a un cuarteto de dibujantes. Están los que sufren trastornos y se enamoran de personajes estampados en sábanas. Los que escriben en foros que matarían a muchos humanos si tuvieran poderes suprahumanos. Los adictos al hentai (pornografía). Están los que no salen de su casa por quedarse frente a la computadora. Están los que no pueden hablar de otra cosa.

 

Para unos, pasatiempo; para otros, estilo de vida. Y para los que viven ajeno a él, pérdida de tiempo. El ánime se ve de no pocas maneras.

Seco, colocho, pómulos marcados, moreno, 1.70 metros, Valkyrie dice siempre estar preparando trajes y vestuarios con los que competir en los concursos de cosplays. A diferencia de la mayoría que se mete a competir, Valkyrie ocupa solo ropa usada para confeccionar sus cosplays. “Ya viste las condiciones en las que vivo, no me alcanza para gastar tanto en un traje”, confiesa. El traje que está preparando surgirá de una camisa de chef, de un chaleco viejo y de pedazos de cuero.

Valkyrie, 23 años, vive con sus padres y sus hermanos en un pequeño cuarto incrustado en una parcela de la colonia Buenos Aires, en San Jacinto, al pie del cerro. Aquí es el final de una avenida que sube y baja, solitaria, con muros altos y montarrascales en sus orillas, en donde caben a la vez la opulencia de una residencial privada y la fragilidad de las comunidades marginales. “Cada tres meses se echan a alguien por aquí”, dice Valkyrie, un sobrenombre sacado de un ánime de dioses escandinavos y una guerra sin fin.

Valkyrie en realidad se llama Benjamín Marroquín. Vive en un lote en el que vive toda su familia cercana, también en casitas de techo de madera y lámina, y al que se llega después de ascender una veintena de gradas de cemento –resbalosas y verduzcas de tanta agua enjabonada que se desliza sobre ellas–. En el centro del solar, una pila de agua es el único bien compartido.

Alguien llama por celular a Valkyrie. Su ringtone es la canción introductoria de la serie One Piece, una historia de piratas en busca de un mítico mar. Los pósteres pegados sobre las demacradas paredes de su casa-cuarto lo observan. Él los cuida como su mayor fortuna, igual que a la figura del robot Gurren-Lagan, que no mide más de 15 centímetros de alto, pero que le costó treinta dólares, o varios meses de mesura. Su camisa, negra con un estampado de Elfen Lied, fue un regalo. “A todo lo mío le pongo un toque ánime. Todo, todo, todito”, dice Valkyrie. Incluso al callejero, minúsculo y grisáceo gato que ahora descansa a sus pies, a quien bautizó como Chaos.

De pequeño, Valkyrie se levantaba de madrugada para jugar Nintendo junto a sus hermanos. Por las tardes, igual. En español, Nintendo puede traducirse como “Déjale la suerte al cielo” o “Asunción al templo celestial”. De tanto juego, quemaron dos televisores, y fundieron tres sistemas Nintendo. Y cada vez, y no sin esfuerzos extras, el aparato sustituto no tardaba en llegar. Los papás de Valkyrie pensaban que era una eficaz manera de mantener a sus hijos ocupados, sobre todo en un país que acosa más a los jóvenes que a los adultos. En 2005, por cada 100,000 jóvenes, 92.3 fueron asesinados. Eran los índices más elevados de la región y el mundo, sostiene el Observador Centroamericano sobre Violencia.

Valkyrie dice que confía que podrá conseguir trabajo. Igual confió cuando tuvo que abandonar la escuela por cinco años. No tenía cómo pagar así que volvió solo después de trabajar en un taller de carros, en otro de carpintería; tras haber sido mesero, y vendedor. Se graduó de bachiller en enfermería en 2008. “En la vida hay cosas más importantes que el ánime, como conseguir trabajo en un hospital o en una clínica. He buscado”, dice, “pero para mientras no tenga trabajo, voy a dedicarme al ánime todo el tiempo que pueda”.

A la tienda de Luis Ostorga llega cualquier clase de clientes. Desde adolescentes alevines hasta señores compulsivos. Con todos se identifica: él mismo llegó a meter casi mil figuras (de 15 a 20 centímetros de alto) en su casa. Eran figuras que había comprado en tiendas de juguetes o a través de revistas, pero que vendió para montar la tienda Hobby Toys, en la Zona Rosa. De eso hace 10 años. Ostorga tiene ahora 35 años.

Mientras cuenta su historia, un hombre aprovecha su hora de almuerzo para echar un ojo a los estantes de Hobby Toys. Anda en busca de algo nuevo. Es un cuarentón, delgado, camisa de botones y zapatos lustrosos. Casi no pestañea, y se pasea de un lado al otro viendo de arriba para abajo, estante por estante. Se llama Leonel, y pregunta a Ostorga si tal figura en miniatura es más detallada que el personaje de la película, que si este tiene líneas anaranjadas o si tiene mochila, o si...

—Bueno –termina diciendo–, pero resérvame todas estas (figuras). La chera te la voy a pagar de este sábado en ocho.

Leonel se queda cinco minutos más, y al fin se lleva una voluptuosa figura que, al parecer, había cancelado días atrás. Su nueva adquisición acompañará la colección de 80 ejemplares más que guarda en casa. Antes de irse, Leonel explica su frustración por no poder gastar más: “Uno quisiera comprar más, pero no, no se puede”. Y segundos después, se queda ido, como pensando en algo, hasta que alcanza a balbucear: “Quisiera estar soltero”.

En el Japón de 1917, la llegada del celuloide revolucionó el ánime. El material translúcido con el que se alimentaban las cámaras de cine y las fotográficas alentó el surgimiento de animadores japoneses y de sus primeras películas en este género. Hasta entonces, las películas proyectadas en Japón eran estadounidenses, francesas e inglesas, y las animaciones eran más difíciles de hacer por la falta de recursos.

Tras la catástrofe de las bombas atómicas, el capitalismo entró en Japón de manera inevitable. En 1953, la llegada de la televisión a la tierra del Sol Naciente llevó producciones exclusivamente de Estados Unidos. Diez años después, surge Astro Boy como el primer ánime japonés exitoso. A partir de entonces, las series de animación japonesa fueron sucediéndose una tras otra, con tramas complejos y personajes maduros, inspirados en los mangas –revistas tradicionales de historietas japonesas.

Años después, las animaciones también darían pie a la creación de mangas. Cada año, Japón produce entre 50 y 60 películas de animación.

En El Salvador, el ánime apareció en la televisión de la segunda mitad de los años setenta, aunque para entonces nadie sabía que ese era su nombre. Astro Boy y Mazinger Z lograron audiencias descomunales, tal como ya había pasado en México y en Costa Rica.

Los rentavideo ya estaban en esa sintonía y eso permitió que se dieran las primeras copias piratas. “Yo andaba siempre con mi mochila llena de casetes VHS para cambiarlos con mis amigos de la colonia, y andábamos viendo cómo decodificarlos para copiarlos”, cuenta Mario López, 39 años, locutor radiofónico del programa Ánime Rock. Para entonces, el ánime era un placer que cada quien se guardaba para sí.

La década de los ochenta estuvo marcada por series como Candy Candy, Campeones, Heidi, Iron Man 28, Robotech. Los noventa por Dragon Ball, Sailor Moon, Saint Seya y eran parte del contexto en el que se formaron los primeros grupos de otakus, o fanáticos. Todo lo aceleró la llegada de internet.

Ligado a la creciente industria de animación japonesa, en diversos países surgieron los grupos que subtitulaban todas las producciones niponas. Estos grupos se denominaron Fansubs. En El Salvador el grupo se llamaba DarkClub. La mecánica es simple: media vez las casas productoras de Japón no licencien sus productos, cualquiera puede copiarlo y distribuirlo. “Lo único”, explica Mario López, “es que no se cobra por la subtitulación, es un trabajo de fans para fans”.

La piratería y el ánime son hermanas siameses.

La fila afuera de este edificio de la colonia Miramonte, en San Salvador, es de puros jóvenes. Portan afiches de eventos o visten camisas que los uniformizan como miembros de un grupo otaku. Lo que estos muchachos esperan es tener un minuto con Mario López, un icono ánime en el país, una especie de comunicador de esta subcultura.

El edificio es el de Grupo Samix, en donde está la sede de Radio Astral, y Mario López, 39 años, es la voz detrás del programa Ánime Rock, que en febrero pasado cumplió un lustro. Pocos como él pueden dar fe de la expansión del ánime. “Yo pensé que un mes iba a durar (en el programa). Creí que solo a mí me gustaba el ánime, y a unos cuantos más”, dice, respecto a sus inicios en 2005. El camino hasta acá no fue directo. Antes, hubo radios que rechazaron la idea del programa: el ánime no tenía ni asomo de ser vendible a principios de la década.

En 1999, Mario y su amigo músico Luis Selva codirigían un programa cultural de Radio El Salvador. Se habían conocido años atrás, tocando música, cuando la capitalina Zona Rosa estaba en tiempos de bonanza.

Mario comentó a Luis su idea de montar una franja de música de la series de ánime. “Pero no le gustó mucho la idea, quizás por ser evangélico.” Mario, entonces, tocó puertas en Radio Cool, donde trabajaba el hermano de Luis, Diego. Y ahí tuvo éxito. La radio le cedió 10 minutos para su programa.

“Yo estaba feliz por ese paso, aunque la experiencia no fue tan buena porque los de la radio decían ‘hey, ahí viene el de los muñequitos’”. Lo que lo ofendía era que lo tildaran de infantil, aunque fuera cierto que, nacido en 1971, estaba lejos de la edad que el que desconoce podría promediarle a los aficionados de las animaciones japonesas.

 

“¡Cualquiera se ofende si le decís que lo que ve son muñequitos!” Hay géneros para adultos como el terror, las tramas futuristas o de acción. También el hentai, o pornografía animada, quizás uno de los géneros más célebres.

“El director (de Radio Astral) me dijo que no entendía bien eso del ánime, pero era lo único que podía usarse en la radio. Después de dos años él seguía sin entender”, recuerda Mario.

Hoy en día, la radio es un punto de encuentro y un referente para los otakus. Hay quienes incluso culpan al programa de haber transformado el ánime en una cultura de masas, lejos del esquema elitista y underground de principios de década.

Cuando el mundo virtual y el mundo ánime se juntan, lo que menos importa es el nombre real de las personas. Arasu, Yume, Ichi, Kenji, Gu, Sakura. La elección del nickname depende de la simpatía por algún personaje o alguna serie. Es como un segundo bautizo, aunque es raro que haya una suplantación de identidad completa.

“Tengo 10 años de que me dicen Yue”, explica Juan Carlos Martínez, 23 años, de Santa Ana, “yo hablaba mucho de una serie que se llama Sakura Card Captor, y a mí me gustaba un personaje que se llamaba Yue, ¿va? Me llegaba el estilo del dibujo y el personaje, alado, con el cabello blanco, ¿va? Entonces, de tanto que hablaba de él, me comenzaron a decir ‘hey, Yue’, ‘mirá, Yue’. Cuando me cambié de escuela, me preguntaron cómo me gustaba que me dijeran. ‘Pues, Yue’, dije yo así, ¿va? Cuando me pasé al INSA, y como yo era nuevo, ¿va?, un profesor me llamó y me dijo que no me encontraba en la lista, y hasta me preguntó si me había matriculado. Yo le di mis apellidos, ¿va? Y ahí entonces se sorprendió que no me llamara Yue sino Juan Carlos”.

A Yue lo han llamado así por más de la mitad de su vida consciente.

Yume no tsubasa significa en español Alas de un sueño. Y ese fue el nombre que René Rivas escogió para la primera convención de ánime en El Salvador, hace cinco años. Yume no tsubasa es también el nombre de una canción de amor surgida en ese año, y el nombre del minúsculo grupo que comenzó con la tradición de las convenciones.

Rivas –bajito, hombros anchos, pelo largo y rizado, bigote ralo y anteojos– recuerda que renunció a su empleo como trabajador temporal del Ministerio de Educación porque no le quedaba chance para organizar el evento. Ocupó su salario –vivir con su familia le evitaba mayores gastos– y prestó más de $5,000 a un banco y a sus padres. El solo alquiler del edificio en el que se desarrolló la convención costaba casi $1,000. “Llegaron entre 500 y 800 personas. En realidad no pensábamos que fuera a llegar gente”, recuerda Rivas, tamborileando con sus dedos la vitrina de dos metros de alto en la que guarda una veintena de miniaturas de su serie favorita: los Caballeros del Zodíaco. Vive en San Jacinto. Su cuarto está plagado de pósteres y tiene cajas enteras llenas de mangas –el equivalente a las revistas de cómic de Estados Unidos– y películas. Esta mañana, ve una.

Si Rivas decidiera crear su currículum vitae en el ánime, tendría que agregar que fue precursor del primer grupo de personas que se reunió a hablar su propio dialecto, el del ánime, allá por 1999. “Un chero nos agregó al Messenger y con el tiempo acordamos reunirnos”, cuenta. Se juntaron en Galerías Escalón, en las mesas de la tercera planta, en la zona de comidas. Todos hablaban de lo que se sabían expertos. Otros solo dibujaban. El grupo AnG (Anime n’ Games) había nacido, con 15 o 20 otakus. Kamikaze, la primera banda salvadoreña de J-rock (rock japonés), también nació aquí.

“Por fin sentí que podía hablar. En mi colonia, la gente hablaba de fútbol y cosas así, y yo solo podía hablar de ánime. Solo había uno que veía Dragon Ball y los Caballeros del Zodíaco, pero de ahí no podía hablar de nada más”, dice Rivas. En casa, utilizaba la conexión telefónica a hurtadillas para conectarse a internet, y los domingos hacía reuniones para ver las nuevas series con sus compinches.

Para muchos, ese primer encuentro entre otakus es algo así como la entrada a la tierra prometida, casi un paraíso.

Alba Stefany es tan salvadoreña como alguien cuyos padres se conocieron en Jiquilisco, Usulután, y después se pasaron a vivir a Quezaltepeque, La Libertad, de donde esta tarde ha salido en bus para la entrevista. Llueve, y minutos antes de la hora pactada ya está en el lugar. Lleva un morral, una blusa cuadriculada, jeans celestes y unas botas cubiertas de un forro peludo; 1.60 de estatura; 18 años.

Akane, como se identifica, cree que el ánime no es un pasatiempo para ella. “Es que no es algo eventual en mi vida. Es más que eso, es mi estilo de vida desde pequeña, me gusta y no lo cambiaría”, sentencia. Esta chica, junto a su hermana Alicia, un año mayor, recolectaron casi 400 firmas en Quezaltepeque para convencer a un canal de televisión local de que incluyera un programa de ánime en sus transmisiones, allá por 2006.

Un año antes, en 2005, mientras en su escuela de Quezaltepeque la palabra ánime sonaba a chino, Akane ya sabía reconocer la música de artistas como Utada Hikaru, Bonnie Pink o Asian Kung Fu. Akane –en castellano, un nombre equivalente sería el popular María– empezó a cantar emulando el japonés sílaba por sílaba: “Yo no entendía lo que las canciones decían, así que comencé a buscar las letras en japonés y en español, y me gustó lo que leía. Y cuando uno empieza a ver ánime subtitulado, hay palabritas en japonés que se le van quedando a uno”.

Akane participó en un concurso de canto en 2007, organizado por la embajada de Japón. Ganó una mención honorífica, sobrepasando incluso a estudiantes de japonés. Kamikaze, una banda de J-rock, se fijó en ella y la invitaron a que se integrara. Ahora, canta con Le Ciel, cuya propuesta musical va hacia el J-pop. Para comprender lo que canta, Akane dedica algún tiempo para “ciberear”.

“Me gustaría conocer Japón pero no para quedarme”, dice esta joven quezalteca. Dice que ama su país y todo lo que tenga que ver con él: jugar capirucho, chibola y cantar el himno –“mi himno”– nacional. A veces, dice, las convenciones a las que ha asistido han organizado torneos de chibola o hay murales que contrastan la cultura salvadoreña con la nipona. “En cada evento debería fomentarse también la cultura salvadoreña también”, dice.

Chisato Hirota, delegada cultural de la embajada de Japón, está segura de que fomentar la cultura japonesa trae beneficios: “Estamos felices de que los salvadoreños se interesen por Japón, pero no creemos que nuestros eventos y el ánime sustituyan la cultura salvadoreña, porque conocer una cultura extranjera implica primero conocer y mirar la cultura propia, y luego comparar”.

Denki Otaku es un cibernauta reconocido en el foro de la página web de AnG. Se denomina “veterano” pues ingresó al foro en junio de 2002, cuando internet era novedoso, incluso, para los grandes medios de comunicación.

Cada una de las entradas que este fanático escribe va firmada con dos frases. La primera: “Nunca uses términos mercantiles para convencer a un grupo de Otakus: No haces más que quedar en evidencia de que no los conoces”, y la segunda: “Los subtítulos con modismos existen para recordarnos quiénes somos en realidad”.

Ambas dibujan la antropología y la sociología detrás del fenómeno del ánime.

En las sociedades actuales, existe la palabra ‘glocal’ y se refiere a que lo global se vuelve local. Y no solo las cosas que están lejos sino también los valores que se van a mover por el globo a través de los medios de comunicación y que pueden convertirse en mercancías”. En el ánime, las mercancías son claras: figuras coleccionables, los pósteres, las películas en DVD, las prendas de vestir. Ser otaku es también cuestión de bolsillo.

Pero la frase de Denki Otaku habla de la repulsión a los términos mercantiles. La sed de un otaku, en su nivel más básico, se satisface con material “pirata” y con prendas de vestir usadas, como Valkyrie.

La sociología explica que la identidad de una persona es la convergencia de los distintos círculos sociales en los que se mueve. Cada uno de estos círculos es una subcultura. “El posmodernismo agarra muchos elementos mundiales y los pone en un cubo revuelto, lo que se conoce como ‘melting pot’. De repente, a las personas les gusta hablar francés, de repente les gustan las cosas japonesas, son aficionadísimas al Barcelona, al mismo tiempo son salvadoreños, comen pupusas con la mano. Dependiendo del momento, una gente puede tomar la necesidad de ser ánime, ser del Barcelona o lo que sea”, explica Colorado.

¿Por qué recurren al ánime los jóvenes salvadoreños? “¿Será porque el proyecto de salvadoreñidad diseñado no fue el correcto o fue inventado, o es que se falló en la invención?”, se pregunta Colorado.

“Tal es la crisis de identidad que cualquiera –como King Flyp, por ejemplo– podría inventar ‘algo’ con lo que definir la salvadoreñidad. El éxito, sin embargo, radica en que la sociedad salvadoreña se identifique plenamente con ello”, explica Ricardo Barahona, dibujante y publicista salvadoreño.

Barahona no critica el gusto por el ánime de muchos, sino la renuencia a definir qué es lo que nos conviene y qué no. “Lo malo es que probemos las cosas solo porque sí, porque están de moda”, agrega.

Y la moda, como interpretó G. Simmel, el sociólogo alemán, es una necesidad de los débiles.

Barahona estuvo alejado de la moda por tres años y medio, desde 2003. Estuvo tras una mesa y una computadora animando las narraciones costumbristas del célebre escritor Salvador Salazar Arrué, Salarrué. Primero elaboró el cortometraje de “El cuento de lo que quiero y no quiero”, consiguió fondos y lo mandó a concursar. Vinieron los premios y más dinero con el que Barahona dio a luz a cinco cortometrajes más (disponibles en YouTube).

Para llegar hasta ahí también implicó a Barahona su propio calvario. La publicidad que diseñó entre 1995 y 2002 para las grandes marcas internacionales en Estados Unidos lo hicieron añorar su país natal: “Uno nunca sabe lo que uno tiene. Cuando yo era adolescente pues odiaba este sitio (El Salvador). Y toda mi producción creativa era orientada hacia fuera, cosas de ciencia ficción, superhéroes. Pero cuando me mudé a Estados Unidos, y después de vivir muchos años ahí, llegué a la definición individual de que no soy gringo, ni nunca voy a ser gringo, ni quiero ser gringo, y en ese país nunca me van a aceptar como gringo. Y también extrañaba las cosas que habían cosas de aquí. Y, entonces, se dio el fenómeno”.

Barahona sintió un llamado artístico para hacer algo que fuera contra la corriente. Pese a que estaba en desacuerdo con muchas cosas con las que se crio, había otras con las que sí concordaba pero que no estaban comunicándose en ningún lado. Barahona volvió a El Salvador y se alió con el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI). Tiene previsto crear más cortos sobre la mitología en esta región del mundo. “Hay ciertas expresiones culturales que pueden aprovecharse para presentarse en un medio audiovisual. El lenguaje debe ser más cotidiano”, apunta.

Otro dibujante, Edmundo Landaverde, de 27 años, conocido como Mundo, intentó más o menos lo mismo. En agosto de 2004, se juntó a otro grupo de diseñadores y dibujantes para producir Cipotoons, un programa que ese diciembre sería transmitido por Canal 12 y que estaba constituido de varias franjas, entre ellas Tlacatl, sobre mitología (un capítulo disponible en YouTube). “La onda era sacar seis programas. Comenzamos después de Navidad, en febrero, Creímos que los patrocinadores se iban a sumar pero al final fueron bien mezquinos. Duramos solo como seis meses.”

Al buscar culpables por la debilidad identitaria en el país, tanto otakus como Barahona, Colorado y Mundo creen que la responsabilidad es del Estado y las instituciones académicas. “Vivimos ensayando”, dice Barahona.

La Ánime Expo 10 acaba de terminar. Akai Sora Ryu, el grupo organizador, se da por satisfecho. Valkyrie, mientras tanto, está triste. El kimono, el pants negro, la peluca colocha y oscura y la imitación de sandalias japonesas que había acoplado para competir con su cosplay de Afro Samurai no lograron méritos ante los jueces. Perdió, como siempre.

“Lo que me queda es la experiencia, me divertí, pasé un buen rato, y a la gente le gustó el traje que hice. Eso está bien para mí”, se consuela.

El ganador, mientras tanto, se lleva $150.

—Valkyrie, ¿qué harías con ese dinero?

—Comprarme todo lo que pueda en cosas ánime.
Fuente

Y ud., a qué grupo pertenece??  :roll:
« Última Modificación: agosto 03, 2010, 07:50:44 pm por kojik69 »

Desconectado Jaru

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Re:Otakus de corazón (Nota de la PG)
« Respuesta #1 : agosto 03, 2010, 04:39:47 pm »
Fijate que leí la nota y pues siendo lo mas objetivo que puedo se siente bien parcial.

es cierto, hay "otakus" (cada quien que se haga llamar como quiera) que si son obsesivos y viven su mundo al rededor del anime, veneran japon y su ideal en la vida es irse a vivir alla aunquese limpiando traseros, pero hay otros para los que es un hobby sano y como cualquier otro.

por cierto,  redactaron mal el articulo y ese tal "Colorado" no dicen quien es, porque no es el apellido de ninguno de los entrevistados

fuente correcta:

http://www.laprensagrafica.com/revistas/septimo-sentido/134606-otakus-de-corazon.html

en version e-paper
http://www.laprensagrafica.com/lpg-multimedia/e-paper-septimo-sentido.html
« Última Modificación: agosto 03, 2010, 04:43:42 pm por naruto »
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Desconectado kojik69

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Re:Otakus de corazón (Nota de la PG)
« Respuesta #2 : agosto 03, 2010, 07:53:20 pm »
Grax, ya corregí la fuente.
« Última Modificación: agosto 04, 2010, 12:12:57 am por kojik69 »